Cuando una película causa un impacto en la cultura pop como el que causó en 2015 ‘Mad Max: Furia en la carretera’, el renacer de la salvaje saga posapocalíptica sobre la que George Miller construyó la primera parte de su carrera, es casi inevitable que a cualquier intento de darle continuación -en forma de secuela, precuela, ‘spin off’ o lo que sea- se le impongan unas expectativas casi imposibles de cumplir. Y eso es otra forma de decir que resulta francamente difícil valorar ‘Furiosa’ sin tener en cuenta que recoge el testigo de la que sin duda es una de las mejores películas de acción de todos los tiempos.
Recién presentada fuera de concurso en el Festival de Cannes, imagina los años de juventud de la guerrera manca a la que Charlize Theron encarnó en ‘Furia en la carretera’ y que aquí es interpretada sobre todo, y de forma irreprochable, por Anya Taylor-Joy. Transcurre en los alrededores de una serie de fortalezas en medio del desierto gobernadas por hombres terribles, Dementus e Inmortan Joe, que se disputan los recursos y el poder, y de los que la Furiosa es sucesivamente cautiva. Cuando ella aparece en pantalla por primera vez aún es una niña, y no tarda en convertirse en víctima de un acto de crueldad que la deja marcada para siempre, y que determina su único objetivo en la vida: conseguir la libertad y, sobre todo, vengarse.
Mientras la acompaña, la película incluye en su metraje toda la iconografía esencial de la saga a la que pertenece: extensiones interminables de desierto transitadas por piratas bestiales, coches imposiblemente tuneados y camiones monstruosos, sinfonías compuestas por rugidos de motocicletas y tormentas de arena que convierten a los personajes en manchas borrosas sobre la pantalla. Pero al mismo tiempo ‘Furiosa’ es distinta, y no solo porque se trata de la primera entrega de ‘Mad Max’ en la que no aparece el icónico antihéroe Max Rockatansky.
Violenta educación espiritual
Si ‘Furia en la carretera’ era básicamente una larga y hipnótica persecución, la nueva película transcurre a lo largo de un periodo de 15 años divididos por capítulos para narrar la violenta educación espiritual de su protagonista. Y eso significa que renuncia a la hipnótica energía cinética que derrochaba su predecesora para centrarse en detallar el universo que su heroína habita, y convertirlo en un lugar fascinante pese a encontrarse peligrosamente cerca del infierno. “No me apetecería en absoluto volver a repetir algo que ya he hecho antes”, ha afirmado hoy Miller a modo de explicación de esas diferencias, al tiempo que dejaba en el aire la continuidad de la saga.
Lo más importante que ambas películas comparten, claro, son esas persecuciones automovilísticas absolutamente circenses durante las que Miller exhibe no solo sus extraordinarias dotes coreográficas, sino su imaginación única a la hora de diseñar engendros metálicos. Cierto, aquí esas escenas no son tan asombrosas, porque carecen del propósito narrativo que les servía de vehículo en ‘Furia en la carretera’ y, por supuesto, porque la novedad se ha perdido, pero eso no impide que ‘Furiosa’ funcione a modo de nueva confirmación -por si a alguien le hace falta a estas alturas- de que Miller es uno de los autores más excelsos que existen del tipo de ‘blockbuster’ que exige ser experimentado frente a una pantalla gigante y a un volumen lo más alto posible y que, por su ambición y su destreza técnica, no ve la luz con frecuencia.
No, no está a la altura de ‘Furia en la carretera’, pero sería tremendamente injusto tenerle eso a Miller muy en cuenta. Nos tiene que prometer, eso sí, que no dejará nunca de hacer películas como estas.
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